SÁBADO SANTO
«Tengo la certeza de que nada podrá separarnos jamás del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús»
Rom 8, 38-39
Ambientación
Durante el día, nos unimos a la Virgen María en la espera de la Resurrección, a la noche, luego de la Vigilia, celebramos junto a toda la Iglesia que Jesús resucitó y vive para siempre. Por eso es bueno mantener cierto despojo en la casa, de imágenes, flores o decoración, y en el rincón de la Cruz, cambiar la Cruz por un cuadro de la Virgen, para unirnos junto a ella a la espera del Salvador.
Como actividad de la tarde, pueden empezar a ambientar la casa para Pascua. Floreros, manteles lindos, si tienen una cruz sin el cuerpo cuelguen una tela como signo de resurrección como hacemos muchas veces en las iglesias.
Podes escuchar en el día:
Vestimenta
Para la Vigilia es un buen gesto elegir una ropa celebrativa que exprese la resurrección.
Comida
Se propone una comida sencilla en el almuerzo y a la noche la comida preferida de la familia, sugerimos que se prepare por la tarde antes de llegar a la Vigilia. Pueden tomar algo sencillo para el te sabiendo que la vigilia va a ser tarde.
¡Esta es la noche del Señor, que venció a la muerte! Es noche de fiesta y gozo pascual: el mantel, la decoración de la mesa, la vajilla debe expresar que para nosotros los cristianos, ésta es la noche más importante del año.
Meditación
(para quienes no puedan participar del retiro)
Meditá con el Evangelio del día.
1. Invocar al Espíritu Santo.
2. Leer Lucas 24, 1-12
3. Rezar con las 3 preguntas ¿Qué dice? ¿Qué me dice? ¿Qué le digo? para entrar en los deseos de Jesús sobre este día.
4. Terminar rezando un Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Texto: "Pregón Pascual"
Exulten los coros de los ángeles, exulten la asamblea celeste y el himno de gloria
Aclame el triunfo del señor resucitado,
Alégrese la tierra inundada por la nueva luz,
El esplendor del rey destruyo las tinieblas, destruyo las tinieblas
Las tinieblas del mundo (BIS)
Que se alegre nuestra madre la iglesia resplandeciente de la gloria
De su señor y que en este lugar resuene unánime la aclamación de un pueblo en fiesta
El señor este con vosotros – y Con tu espíritu. Levantemos el corazón – lo tenemos levantado hacia el señor, demos gracias al señor nuestro Dios – es justo y necesario (Bis).
Realmente es justo y necesario exaltarte con el canto la alegría del espíritu
Y elevar un himno al padre todo poderoso y a su único hijo Jesucristo, él ha pagado por todos al eterno padre la deuda de adán y con su sangre derramada por amor ha cancelado la condena antigua del pecado.
Esta es la Pascua en que se inmola el cordero, esta es la noche en que fueron liberados nuestros padres de Egipto
Esta es la noche… que nos salva de la oscuridad del mal, esta es la noche.
Esta es la noche en que cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna victorioso (Bis)
Oh admirable condescendencia de tu amor oh incomparable ternura y caridad
Por rescatar al esclavo ha sacrificado al hijo
Sin el pecado de Adán, Cristo no nos habría rescatado
Oh feliz culpa, que mereció tan grande redentor, oh feliz culpa, oh feliz culpa que mereció tan grande redentor, oh feliz culpa, oh noche maravillosa en que despojaste al faraón y enriqueciste a Israel, oh noche que destruyes el pecado y lavas nuestras culpas, oh noche realmente gloriosa
Que reconcilias al hombre con su Dios.
Esta es la noche en que cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna victorioso (Bis)
En esta noche acepta padre santo este sacrificio de alabanza que la iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la liturgia solemne de este cirio que es el signo de la nueva luz.
Te Rogamos señor… que este cirio ofrecido en honor de tu nombre brille radiante llegue hasta ti como perfume suave se confunda con las estrellas del cielo, lo encuentra encendido el lucero de la mañana esa estrella que no conoce el ocaso
Que es cristo tu hijo resucitado, resucitado de la muerte (Bis)
Amen… Amen… Amen…
Texto: "Homilía de San Juan Pablo II - Vigilia Pascual"
Sábado, 19 de abril de 2003
- «No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado» (Mc 16,6).
Al alba del primer día después del sábado, como narra el Evangelio, algunas mujeres van al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús que, crucificado el viernes, rápidamente había sido envuelto en una sábana y depositado en el sepulcro. Lo buscan, pero no lo encuentran: ya no está donde había sido sepultado. De Él sólo quedan las señales de la sepultura: la tumba vacía, las vendas, la sábana. Las mujeres, sin embargo, quedan turbadas a la vista de un «joven vestido con una túnica blanca«, que les anuncia: «No está aquí. Ha resucitado«.
Esta desconcertante noticia, destinada a cambiar el rumbo de la historia, desde entonces sigue resonando de generación en generación: anuncio antiguo y siempre nuevo. Ha resonado una vez más en esta Vigilia pascual, madre de todas las vigilias, y se está difundiendo en estas horas por toda la tierra.
- ¡Oh sublime misterio de esta Noche Santa! Noche en la cual revivimos ¡el extraordinario acontecimiento de la Resurrección! Si Cristo hubiera quedado prisionero del sepulcro, la humanidad y toda la creación, en cierto modo, habrían perdido su sentido. Pero Tú, Cristo, ¡has resucitado verdaderamente!
Entonces se cumplen las Escrituras que hace poco hemos escuchado de nuevo en la liturgia de la Palabra, recorriendo las etapas de todo el designio salvífico. Al comienzo de la creación «Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno» (Gn 1,31). A Abrahán había prometido: «Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia» (Gn 22,18). Se ha repetido uno de los cantos más antiguos de la tradición hebrea, que expresa el significado del antiguo éxodo, cuando «el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto» (Ex 14,30). Siguen cumpliéndose en nuestros días las promesas de los Profetas: «Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis…» (Ez 36,27).
- En esta noche de Resurrección todo vuelve a empezar desde el «principio»; la creación recupera su auténtico significado en el plan de la salvación. Es como un nuevo comienzo de la historia y del cosmos, porque «Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto» (1 Co 15,20). Él, «el último Adán«, se ha convertido en «un espíritu que da vida» (1 Co 15,45).
El mismo pecado de nuestros primeros padres es cantado en el Pregón pascual como «felix culpa«, «¡feliz culpa que mereció tal Redentor!». Donde abundó el pecado, ahora sobreabundó la Gracia y «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular» (Salmo resp.) de un edificio espiritual indestructible.
En esta Noche Santa ha nacido el nuevo pueblo con el cual Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre del Verbo encarnado, crucificado y resucitado.
- Se entra a formar parte del pueblo de los redimidos mediante el Bautismo. «Por el bautismo -nos ha recordado el apóstol Pablo en su Carta a los Romanos- fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6,4).
Esta exhortación va dirigida especialmente a vosotros, queridos catecúmenos, a quienes dentro de poco la Madre Iglesia comunicará el gran don de la vida divina. De diversas Naciones la divina Providencia os ha traído aquí, junto a la tumba de San Pedro, para recibir los Sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Entráis así en la Casa del Señor, sois consagrados con el óleo de la alegría y podéis alimentaros con el Pan del cielo.
Sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, perseverad en vuestra fidelidad a Cristo y proclamad con valentía su Evangelio.
- Queridos hermanos y hermanas aquí presentes. También nosotros, dentro de unos instantes, nos uniremos a los catecúmenos para renovar las promesas de nuestro Bautismo. Volveremos a renunciar a Satanás y a todas sus obras para seguir firmemente a Dios y sus planes de salvación. Expresaremos así un compromiso más fuerte de vida evangélica.
Que María, testigo gozosa del acontecimiento de la Resurrección, ayude a todos a caminar «en una vida nueva«; que haga a cada uno consciente de que, estando nuestro hombre viejo crucificado con Cristo, debemos considerarnos y comportarnos como hombres nuevos, personas que «viven para Dios, en Jesucristo» (cf. Rm 6, 4.11).
Amén. ¡Aleluya!